El "26" mostró sus fortalezas cuando más lo necesitaba el equipo. Lideró pases en campo rival, metros recorridos con la pelota y asistencias de tiro. Su visión y claridad para organizar el juego le permitieron conectar líneas y generar peligro constante, reafirmando su rol de cerebro del equipo.

Pero también hubo momentos de limitación. La intensidad defensiva no siempre fue la esperada, perdió algunas marcas y permitió que Libertad encontrara espacios. Esta intermitencia evidencia la dependencia de River de su nivel: cuando Nacho baja su rendimiento, el equipo pierde control y pausa.
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Además, su capacidad para desequilibrar con gambetas efectivas y remates precisos fue clave. Fernández sigue siendo un jugador que puede decidir partidos, combinando su talento individual con la inteligencia para elegir los mejores momentos de protagonismo.

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Aun así, su influencia sigue siendo fundamental. La clasificación ante Libertad demostró que, cuando Nacho aparece en su mejor versión, River tiene otro rostro; cuando no, los riesgos y la incertidumbre se multiplican, mostrando que el equipo depende de su brillo.